domingo, 21 de agosto de 2016

Una latina en Flensburgo.





Reflejando un poco la vida de una latina que emigra en los últimos tres  años de una Venezuela en crisis a una Alemania generosa, y con una cultura totalmente diferente, me encuentro con Elvimar Guzman, casada con un alemán y con un proceso de integración entre lo nuevo que te deslumbra y lo que todavía te queda en la maleta.


Para muchos emigrar de una Venezuela hundida hacia Alemania es un sueño, pero la realidad es que en la maleta te traes tantas tristezas y sinsabores que cuesta ponerse los vestidos nuevos.


Elvimar todavía conserva esa alegría al estilo latino, que algunos al pasar de los años fuera de nuestra tierra, vamos moldeando con una mezcla de aquí y de allá que nos dibuja distintos.




Ella como todos los que emigramos, también pagó su peaje para poder integrarse y asimilar el proceso de cambio cultural, y lo que más destaca es la burocracia alemana, que le hizo perder el sueño más de una vez para arreglar sus papeles y poder casarse.


No fue tan fácil, y esto mismo lo he escuchado anteriormente de otras latinas que han terminado por casarse en una ciudad cercana para evitar el engorroso papeleo. Elvimar tuvo que contratar los servicios de una abogada para saltarse un poco el camino lleno de tantos obstáculos.


Luego vino el idioma y el clima como tareas pendientes a superar...






El clima deprime, y el cambio de horario te hace muchas veces cambiar tu ritmo de vida, duermes en el día, te cuesta más en la noche, etc. El invierno es la prueba más crucial para una latina de un país en donde el buen tiempo te despierta casi cada mañana.


Está fue una decisión difícil, pero lo que la empujo a emigrar fue el deterioro de la sanidad y la falta de medicamentos que dejaban completamente desprotegido a su esposo alemán  que tiene un tratamiento delicado.




Ella me cuenta como se han perdido los valores en nuestra Venezuela, la gente hace trueques hasta por medicinas y sin importarle  la vida de nadie. Todo es un negocio, las familias se dividen los mercados y cada quien come lo que después de largas colas puede conseguir. Ya no se comparte y la generosidad de un pueblo unido ya es casi inexistente.



En cuanto a las clases de alemán me cuenta que  han sido difíciles para ella, y el costo del curso ronda los 250 euros las 100 horas académicas, te sientes mal al ver que no puedes aprobarlo a la primera y que debes pagarlo de nuevo.


Tuvo la suerte de tener una oferta de trabajo en un restaurante recién llegada  a pesar de su bajo nivel de alemán, pero la rechazo porque prefiere estudiar más el idioma, pero no le importa en lo absoluto dejar su trabajo de oficina que una vez ejerció para ponerse el delantal.






La realidad de Venezuela es un choque que todavía no supera de su última visita en las Navidades pasadas, y  recuerda que hace cuatro años atrás no era tan aterradora.


Ella, como todos los que estamos fuera, no podemos estar tranquilos sabiendo que nuestros seres queridos tienen tantas limitaciones.





Hablar con ella es compartir un poco de nuestras miserias que queremos olvidar con estampas de hermosos paisajes, supermercados llenos de todo y caras rojizas al Sol.....


Las miserias de un país que nos duele, las imágenes que nos llegan cada día y la pobreza que se vive en nuestra patria es un tema de conversación  en donde nace una empatía inmediata.


Que pena que los Venezolanos tengamos que dejar un país tan hermoso por necesidad y no por gusto, como debería de ser.




 Un país tan rico convertido en la cenicienta de un cuento que todavía sigue esperando que alguien venga a rescatarla...





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